Acto final

Lados: los del actor.

Un día en el otoño del primer año de la segunda década del primer siglo tercer milenio de nuestra era. Lluvias torrenciales. El Valle del Jerte.

Un pueblo tan diminuto que no figura en los mapas.

Las personas silentes: Un abuelo sin su nieto. Una madre sin su hijo. Una mujer al fin libre. Otra mujer enamorada de otra que es ella misma.

El público parlante: La hija de un cura conmovida. Un chico decorador. Nutrido coro de detractores. Fans con pancartas. Gente del pueblo: Graciela (Chela) Vargas, que asiente sin parar. Emilio, sordo habitante del Guijo de Santa Bárbara. Marina, abuela, espectadora atemporal. Eduardo, el policia.

El tono: Ora una pieza, ora una tragedia heróica, ora una comedia, ora un trágico burlesque, ora un cabaret extremeño. Nunca un thriller.

Como único decorado, al fondo. La Institución. Aplastante.

Corto viaje a la realidad extrema y dura. Caravana de sinrazones simpáticas y surreales.  Una hermosa y menuda mujer vestida de azafata de Lacsa que atraviesa la escena de lado a lado con una maleta olorosa a marihuana al tiempo que un chico la fotografía mientras no está. Otra mujer, morena, solidaria viajante resoluta.

De lo alto cuelga ahorcada María Callas que ha quedado olvidada del decorado de una obra futura, ondula pendular como un botafumeiro que ahuma el púlpito, en el que monseñor mea sin cesar.

El chico decorador besa a los fans en señal de despedida. El coro canta una nutrida experiencia, fascinante, ecléctica y amorosa. La hija del cura augura el parto de un embrión de paráfrasis personales y postreras. Chela, asiente al sermón de Emilio, que habla del show de perras saltarinas de una cantante de coplas con un circo y una trapecista. Marina, en realidad hechicera, hace un conjuro de bruja para que la madre emprenda un hermoso camino de millares de pisadas. Eduardo, el policia, hace un traslado suicida en helicóptero para que dos mujeres, que no son felices, pero buscan la felicidad, tomen el millor cafè de Barcelona.

Hay armonía. Hay asesinatos.

Lentamente y contundente va cayendo por última vez (o no)… el telón.